Ha sido muy emocionante para mí trabajar en la vida de Joaquín Sabina, por cuestiones biográficas. Como él, yo también crecí junto a Linares-Baeza, la estación donde veía pasar los trenes que conducían al paraíso imaginado, la juventud en otro lugar. También he guardado en la memoria el constante trasiego de pasajeros que subían y bajaban de aquellos vetustos vagones y paraban en la cantina a tomar un trago de nostalgia, y, de paso, echarle un piropo obsceno a la muchacha de medias negras.
Seguir leyendo