Es, sin duda, el artista latino más importante de todos los tiempos. Ha vendido más 300 millones de discos en 14 idiomas diferentes. Y lo más importante: forma parte de la memoria sentimental de varias generaciones de hispanohablantes. Sin embargo, Julio sigue siendo un gran desconocido para el público español. En ciertas ocasiones, su impresionante atractivo mediático ha eclipsado lo más valioso: su incalculable valor artístico y estratégico para la marca España.
Dirigida por Alberto del Pozo, presentada por Iñaki López y con guion de un servidor, esta serie documental se propone adentrar en el universo internacional de Julio Iglesias, además de hacer un repaso por algunos de los momentos claves que han marcado la vida del artista, a través de una de las personas que mejor conoce a Julio Iglesias, su secretario personal durante 30 años,Toncho Nava, que por primera vez se pone ante una cámara de televisión para hablar del que fuera su jefe.
Nunca lo entendí bien, pero aquel día el profesor de Historia, Fernando Romero, nos invitó al salón de actos. Quería ponernos «una peli de romanos». Era viernes por la mañana y no era un mal plan. Estamos en 1994, en la antigua Universidad Laboral de Córdoba y yo soy un joven estudiante de segundo de BUP que tiene la cabeza en un único lugar: la Facultad de Periodismo de Sevilla.
Pronto descubrimos que el profesor ha vuelto a jugárnosla. Era un tipo enrollado, de los que te hablaba de los fenicios con el mismo entusiasmo que si lo hiciera de un nuevo grupo de rock. Así nos tenía a todos, siempre embobados. El caso es que por los pasillos resuena una música extraña. Al asomarnos por la puerta descubrimos la broma. De película nada, hemos venido a un concierto. Pero, ¿por qué ha empezado ya? ¿cuánto rato lleva este hombre cantando a solas? Sobre el escenario, una estampa que nunca he olvidado. Un chico de veintitantos años, muy serio, vestido de negro, el pelo revuelto y con unos cuantos instrumentos desperdigados por el suelo. Él los va a tocar todos. Tomamos asiento y sigue cantando sin parar. Después de varias canciones, se presenta: «Soy Juan Antonio y he venido a cantar».
Nunca un recital me ha sorprendido tanto. Su magnetismo es asombroso. Sus letras son una combinación hiriente de ironía, romanticismo y buen humor. Así empieza la ‘Copla del viudo del submarino’:
Mi novia se fue en un barco en la Segunda Guerra Mundial y un submarino de Hitler mandó ese barco al fondo del mar. Mi novia era bonita, el barco era español. Por un error de distancia Rodolfo Hitler me destrozó. Nunca he podido olvidarla, mi novia era fenomenal. Siempre que pelo una gamba recuerdo su forma de besar.
Juan Antonio, sin soltar la guitarra, coge un Casio PT-1 o un pequeño sintetizador y sigue a lo suyo, sin inmutarse de las reacciones del público, a veces desternillado, otras a punto de llorar. Así es como llega a uno de los momentos más conmovedores de la mañana, cuando empiezan los primeros acordes de ‘Te quiero’, una canción que me flipó entones y me sigue flipando a día de hoy. En este maravilloso cóver de Alexis Okretic y Guillermo Rayo se reparten los instrumentos, pero aquella vez Juan Antonio estaba solito. Fue verdaderamente brutal.
Para ser sinceros, no recuerdo si aquella vez tocó ‘La danza de los 40 limones’, pero poco tiempo después tuvimos muchas noches para empacharnos de ella. Pepe Navarro la explotó hasta el punto de hacer rico a un compositor que, según me cuentan amigos que lo trataron como Paco Lucena o Carlos de France, se le caían las canciones del bolsillo, todas ellas maravillosas. Una mente insaciable y talentosa que, sin embargo, no supo enfrentarse al monstruo de la televisión. Tal día como hoy, 22 de diciembre, acabó ahorcándose en su domicilio de Córdoba, como informaba la prensa de la época.
Me encanta conocer a gente que lo trató. Carlos de France, por ejemplo, me contó en una entrevista que Julián, el programador de actuaciones de Libertad 8, de donde han salido artistas como Rosana, Jorge Drexler o Pedro Guerra le decía: «Juan Antonio era el mejor artista que ha pasado nunca por aquí». Su exmánager, Paco Lucena, me cuenta otra anécdota sin desperdicio: «Además de a Juan Antonio, yo llevaba a Sabina, a quien jamás le oí soltar un piropo hacia otro artista. Sin embargo, una vez íbamos en el coche y sonó una canción de Juan Antonio. Joaquín me pidió que subiera el volumen para escucharlo mejor. Después dijo: ‘este tío es un genio’. ¡Es la única vez que lo oí tirándole flores a otro cantautor». Por cierto, Paco atesora una carta sin abrir que Juan Antonio le había escrito unos días antes. ¡Cuánto daría por leerla!
También me gustó el guiño que le hicieron Los Javis en el capítulo 5 de ‘La Veneno’, donde aparece el actor Nacho Vigalondo encarnando a Juan Antonio, que le dedica unas sabias palabras a Cristina, la protagonista de, para mí, la mejor serie española de 2020. A ver si ahora, por cierto, alguien se atreve a hacer una serie sobre él, el hombre que acabó ahorcado por culpa de la maldita gracia que hizo el dichoso limón.
Tiene 27 años y lleva tocando el piano desde los 4. Desde adolescente compone y canta sus canciones. También maneja la guitarra y la trikitixa, un acordeón muy usado en el País Vasco. Por si fuera poco, ha estudiado Periodismo, Comercio Internacional, Arte Dramático y Canto Clásico. Recientemente ha fichado por Warner Music y está a punto de volar por los aires el panorama actual de la música urbana. Su profunda formación clásica, su experiencia, su portentosa voz y, sobre todo, su talento pueden convertirla en la próxima reina del pop español. Y no será suerte o casualidad. Miriam Barroeta, conocida artísticamente como Iza Bastet, es fruto de varias generaciones de músicos.
El día que conocí a Carlos Toro se me encendieron varias bombillas. Una de ellas, un formato de televisión que algún día me gustaría ver realizado. Había quedado con él para una entrevista sobre el Dúo Dinámico, el grupo musical para el que había compuesto un buen puñado de canciones. Hablamos, obviamente, del grupo, de su amistad con Ramón Arcusa y Manuel de la Calva, de periodismo y, cómo no, de una de mis debilidades: las historias que viven alrededor de una canción. Carlos ha escrito a lo largo de su vida unas 1.000 canciones, algunas de ellas muy conocidas, como la sintonía de la inolvidable serie de animación Campeones (Oliver y Benji), Desesperada de Marta Sánchez, Mamá quiero ser artista de Concha Velasco, Yo no soy esa mujer de Paulina Rubio o Resistiré, que ahora, tres décadas después, se ha convertido en la vacuna emocional contra una pesadilla, la del coronavirus.
Vayan dos cosas por delante. Una: soy fan de Loquillo desde 1989, tengo todos sus discos y he acudido a todos los conciertos que he podido desde 1995. Y dos: Loquillo tiene posiblemente la mejor banda de rock de este país (algo que no es nada nuevo, porque siempre la ha tenido. La tuvo en la fase inicial con Simón, Vila, Ricard… y la tuvo después cuando vinieron los cambios: Sopeña, Illa, Pegenaute, Stinus, Guille Martín, Gómez-Palma…) Insisto: tiene un equipo de Champions y es una gozada ver su espectáculo. Pero ocurre algo que me preocupa…
Basta pensarlo un momento para darnos cuenta: somos fruto de la casualidad. Nuestra vida no es sino el resultado de infinitas y sucesivas casualidades, la de los seres vivos que sobrevivieron y fueron transmitiendo su legado hasta llegar a nosotros. En el camino quedó la mayoría, también víctima de la casualidad, esta vez desafortunada.
Está claro que este no es el verano de Enrique Iglesias. No solo por los abucheos que viene recibiendo en sus conciertos sino porque Luis Fonsi ha logrado robarle el trono que un día también fue de Georgie Dann. No hay duda alguna de que la canción de este verano es ‘Despacito’. Y sí, sabemos que ya la has aborrecido pero dale una oportunidad a estas versiones que arrasan en la red y que están a punto de convertir la versión original en su propia parodia.
En 2007 una llamada telefónica partía en dos a una de las grandes bandas de rock español de todos los tiempos. Loquillo se deshacía de Trogloditas después de 25 años en primera línea. Una trayectoria con grandes altibajos pero que había conseguido lo más difícil: inmiscuirse en la memoria sentimental de varias generaciones. Después supimos que el destino tenía preparado para el cantante un nuevo paseo por la gloria, que comenzó tras la publicación de uno de sus mejores discos, Balmoral, y que aún continúa. La gran incógnita quedaba, sin embargo, del lado de la marca Trogloditas. ¿Sería capaz Simón Ramírez de continuar la leyenda? De momento, los dos intentos (Trogloditas en 2014 y Fuerte, flojo… y en directo en 2016) van en la buena dirección. De esos dos discos, de su trayectoria personal y de su experiencia en Loquillo y Trogloditas hablamos largo y tendido con un mito de las cuatro cuerdas: Simón Ramírez.
Nunca he tenido un trabajo tan emocionante. Es verdad que no me puedo quejar: casi todos han sido interesantes y entretenidos, algunos incluso muy divertidos, pero jamás hubo ese derroche de emociones como en el proyecto actual. No es frecuente en televisión ver llorar a tus compañeros operadores, editores, redactores… Como un cirujano en su sala de operaciones, el profesional de la televisión se inmuniza ante el material con el que trabaja, sobre todo si ha pasado por la gran escuela de los programas informativos, donde un día ves a niños descalzos en un asentamiento chabolista y otro a una familia entera entre los amasijos de un coche destrozado. En Gente maravillosa noche, sin embargo, te quedas sin defensas porque se impone la más absoluta e incuestionable verdad, la de la gente.
El programa presentado por Enrique Romero se adentra en esta ocasión en la vida personal y profesional de la actriz española más prolífica y querida de las últimas décadas. Para ello, el presentador conversará con la persona que mejor conoce a la artista, su hermano Manuel Velasco, que vio crecer y triunfar a la chica que un día dijo a su madre aquello de: “Mamá, quiero ser artista”, y los sacrificios que tuvo que hacer en sus duros comienzos para llegar a ser la estrella que todos conocemos.