Es uno de los lugares confesables en los que me gustaría entrar, el piso en el que el poeta Luis Alberto de Cuenca guarda sus más de 30.000 libros (no sabe cuántos son exactamente porque dejó de contarlos al llegar a esa cifra y no los tiene informatizados). Tiene verdaderas joyas, como una primera edición de Drácula, las traducciones de Baudelaire sobre la obra poética de Poe o el 27 al completo. Él mismo nos la enseña en este reportaje de Libertad Digital.
Segunda entrega del nuevo programa de Antonio Ortega y esta vez la invitada pertenece a una de las grandes estirpes de bailaores flamencos. Nos referimos a Rosario Montoya, más conocida como ‘La Farruca’ que, como verán, se sentó para conversar libre de ataduras. Como hace siempre encima del escenario.
«La idea de esta canción me la dio mi amiga Macarena, pianista y mujer sensible. Debía de estar tocada del corazón, allá por el año 2000 cuando la conocí. No se le conocían ni novios ni romances, a pesar de lo guapa y encantadora que era y es. Un día me dijo: “¿Por qué no escribes una canción que se llame El cartel de no molestar”? Me pareció una súper buena idea y me puse a ello.
Cuando terminé la canción se la enseñé, muy orgulloso. Trataba sobre una pareja que se entrega a la pasión clandestina en una habitación de hotel, con el cartelito colgando en la puerta para que no les molestaran.
“No me refería a poner el cartel en la puerta de la habitación, sino en el corazón”, me dijo Maca.
Y rehice la canción y quedó mucho mejor. Ahora ella tiene un novio y un hijo y yo tengo el cartel, ja, ja…»
Así hablaba Carlos de France de una de las canciones de su obra Debe ser esto la felicidad, en nuestra última entrevista. Ahora, aquí, el vídeo de esa canción. Una auténtica delicia. Espero que la disfruten tanto como yo.
Un día de estos nos descuidamos y Carlos de France compondrá la canción perfecta. Desde luego, va camino de ello. Sin hacer ruido, pero con un trabajo minucioso y artesanal. Escribiendo y puliendo canciones hasta que logran su punto óptimo de maduración, que es cuando las graba y las ofrece a un público al que respeta tanto como su público le respeta a él. Solo los que conocen su música y han asistido alguna vez a un concierto suyo sabrán bien de lo que hablo. Y es que el Arte tiene esas cosas: Unos hacen el mérito y otros se llevan la fama.
Solo pasé un par de horas con él, justo antes de una grabación de tv. Él bebía whisky con dos hielos. Ballantines, no quería otro superior. Decía que era para calentar. Estuvimos hablando de su hijo (¡la gente me para por la calle para preguntarme que si soy el padre de ese actor que sale en la televisión! -decía orgulloso), de la belleza, de los bares, de sus jornadas de grabación en Córdoba con Curro Jiménez, de algunos programas de televisión (me confesó que le habían llamado de Más allá de la vida y que pensaba ir, aunque, por supuesto, no creía un pelo a los que dicen hablar con los muertos). Y de un proyecto que tenía entre manos: quería hacer una gira de teatros, acompañado de un par de músicos, y recitando los versos más bellos en lengua castellana. Es fácil imaginar el privilegio que sentí al escuchar, con su voz y prácticamente a solas, algunos poemas de Quevedo y Rubén Darío. Nos preguntaba: ¿A que suena bien? ¿No sería interesante? Aquello sonaba muy prometedor. Y así fue. Poco después puso en escena Versos bandoleros… y canciones escondidas con la dirección de Miguel Narros. Un hombre, un fondo negro, un buen puñado de versos y como resultado… Un espectáculo único. Pocos artistas dan ese nivel.