Mi abuelo murió hace ahora seis años y recuerdo a menudo varias cosas suyas. Entre ellas, su afición por la risa. Aunque siempre serio, era infalible a la hora de hacer reír a los demás. Tenía un don para improvisar golpes y contar historias de «gente antigua», como a él le gustaba decir. También tengo muy presente su amor por los palomos. Todos los años renunciaba a muchas cosas para poder seguir con su gran afición: cuidar y observar a sus palomas, que mimó desde los catorce años hasta la tarde antes de morir.