Me suda la espalda.
Aprieta un escrupuloso calor
y boca abajo trato de dormir.
Presiento que algo grave va a suceder.
Disparos en la habitación contigua,
creo que vienen a por mí.
O morir aplastado por un escape de gas.
Un infarto, quizá, que es más sutil
y luego no hay que barrer.
Y empapo las sábanas de sudor y lágrimas.
Pero amanece y no ha ocurrido nada.